Ich hab in Gottes Herz und Sinn
BWV 092 // para el domingo de Septuagésima
(A Dios encomiendo mi corazón y mi espíritu) para soprano, contralto, tenor y bajo, ensemble vocal, oboe dí amore I+II, cuerdas y bajo continuo
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Taller introductorio
Reflexión
Coro
Soprano
Olivia Fündeling, Damaris Rickhaus, Simone Schwark, Susanne Seitter, Noëmi Sohn Nad, Noëmi Tran Rediger
Contralto
Antonia Frey, Liliana Lafranchi, Misa Lamdark, Alexandra Rawohl, Lea Scherer
Tenor
Marcel Fässler, Manuel Gerber, Sören Richter, Nicolas Savoy
Bajo
Fabrice Hayoz, Daniel Pérez, Oliver Rudin, William Wood
Orquesta
Dirección
Rudolf Lutz
Violín
Plamena Nikitassova, Lenka Torgersen, Christine Baumann, Dorothee Mühleisen, Christoph Rudolf, Ildikó Sajgó
Viola
Sarah Krone, Matthias Jäggi
Violoncello
Maya Amrein, Daniel Rosin
Violone
Markus Bernhard
Oboe d’amore
Katharina Arfken, Dominik Melicharek
Fagot
Susann Landert
Órgano
Nicola Cumer
Cémbalo
Thomas Leininger
Director musical
Rudolf Lutz
Taller introductorio
Participantes
Karl Graf, Rudolf Lutz
Reflexión
Orador
Andreas Köhler
Grabación y edición
Año de grabación
22.01.2016
Lugar de grabación
Trogen AR (Schweiz) // Evangelische Kirche
Ingeniero de sonido
Stefan Ritzenthaler
Dirección de grabación
Meinrad Keel
Gestión de producción
Johannes Widmer
Producción
GALLUS MEDIA AG, Suiza
Productora ejecutiva
Fundación J.S. Bach, St. Gallen (Suiza)
Libretista
Textos
Poeta desconocido
Textos n.° 1, 4, 9
Paul Gerhardt, 1647
Primera interpretación
Domingo de Septuagésima,
28 de enero de 1725
Texto de la obra y comentarios teológico-musicales
1. Chor
Ich hab in Gottes Herz und Sinn
mein Herz und Sinn ergeben,
was böse scheint, ist mein Gewinn,
der Tod selbst ist mein Leben.
Ich bin ein Sohn
des, der den Thron
des Himmels aufgezogen;
ob er gleich schlägt
und Kreuz auflegt,
bleibt doch sein Herz gewogen.
2. Choral und Rezitativ (Bass)
Es kann mir fehlen nimmermehr!
Es müssen eh’r,
wie selbst der treue Zeuge spricht,
mit Prasseln und mit grausem Knallen
die Berge und die Hügel fallen:
mein Heiland aber trüget nicht,
mein Vater muß mich lieben.
Durch Jesu rotes Blut bin ich in seine Hand geschrieben;
er schützt mich doch!
Wenn er mich auch gleich wirft ins Meer,
so lebt der Herr auf großen Wassern noch,
der hat mir selbst mein Leben zugeteilt,
drum werden sie mich nicht ersäufen.
Wenn mich die Wellen schon ergreifen
und ihre Wut mit mir zum Abgrund eilt,
so will er mich nur üben,
ob ich an Jonam werde denken,
ob ich den Sinn mit Petro auf ihn werde lenken.
Er will mich stark im Glauben machen,
er will vor meine Seele wachen
er will für
und mein Gemüt,
das immer wankt und weicht,
in seiner Güt,
der an Beständigkeit nichts gleicht,
gewöhnen fest zu stehen.
Mein Fuß soll fest
bis an der Tage letzten Rest
sich hier auf diesen Felsen gründen.
Halt ich denn Stand,
und lasse mich in felsenfestem Glauben finden,
weiß seine Hand,
die er mir schon vom Himmel beut,
zu rechter Zeit
mich wieder zu erhöhen.
3. Arie (Tenor)
Seht, seht! wie reißt, wie bricht, wie fällt,
was Gottes starker Arm nicht hält.
Seht aber fest und unbeweglich prangen,
was unser Held mit seiner Macht umfangen.
Laßt Satan wüten, rasen, krachen,
der starke Gott wird uns unüberwindlich machen.
4. Choral (Alt)
Zudem ist Weisheit und Verstand bei ihm ohn alle Maßen,
Zeit, Ort und Stund ist ihm bekannt, zu tun und auch zu lassen.
Er weiß, wenn Freud,
er weiß, wenn Leid
uns, seinen Kindern, diene,
und was er tut,
ist alles gut,
ob’s noch so traurig schiene.
5. Rezitativ (Tenor)
Wir wollen nun nicht länger zagen
und uns mit Fleisch und Blut,
weil wir in Gottes Hut,
so furchtsam wie bisher befragen.
Ich denke dran,
wie Jesus nicht gefürcht’ das tausendfache Leiden;
er sah es an
als eine Quelle ewger Freuden.
Und dir, mein Christ,
wird deine Angst und Qual, dein bitter Kreuz und Pein
um Jesu willen Heil und Zucker sein.
Vertraue Gottes Huld
und merke noch, was nötig ist:
Geduld! Geduld!
6. Arie (Bass)
Das Stürmen von den rauhen Winden
Das Brausen
macht, daß wir volle Ähren finden.
Des Kreuzes Ungestüm schafft bei den Christen Frucht,
drum laßt uns alle unser Leben
dem weisen Herrscher ganz ergeben.
Küßt seines Sohnes Hand, verehrt die treue Zucht.
7. Choral und Rezitativ (Sopran, Alt, Tenor, Bass)
Ei nun, mein Gott, so fall ich dir
getrost in deine Hände.
Bass
So spricht der Gott gelass’ne Geist,
wenn er des Heilands Brudersinn
und Gottes Treue gläubig preist.
Nimm mich, und mache es mit mir
bis an mein letztes Ende.
Tenor
Ich weiß gewiß,
daß ich ohnfehlbar selig bin,
wenn meine Not und mein Bekümmernis
von dir so wird geendigt werden:
Wie du wohl weißt,
daß meinem Geist
dadurch sein Nutz entstehe,
Alt
daß schon auf dieser Erden,
dem Satan zum Verdruß,
dein Himmelreich sich in mir zeigen muß
und deine Ehr
je mehr und mehr
sich in ihr selbst erhöhe.
Sopran
So kann mein Herz nach deinem Willen
sich, o mein Jesu, selig stillen,
und ich kann bei gedämpften Saiten
dem Friedensfürst ein neues Lied bereiten.
8. Arie (Sopran)
Meinem Hirten bleib ich treu.
Will er mir den Kreuzkelch füllen,
ruh ich ganz in seinem Willen,
er steht mir im Leiden bei.
Es wird dennoch nach dem Weinen,
Jesu Sonne wieder scheinen.
Meinem Hirten bleib ich treu.
Jesu leb ich, der wird walten,
freu dich, Herz, du sollst erkalten,
Jesus hat genug getan.
Amen: Vater, nimm mich an!
9. Choral
Soll ich denn auch des Todes Weg
und finstre Straße reisen,
wohlan! ich tret auf Bahn und Steg,
den mir dein’ Augen weisen.
Du bist mein Hirt,
der alles wird
zu solchem Ende kehren,
daß ich einmal
in deinem Saal
dich ewig möge ehren.
Andreas Köhler
«Y lo que hace es todo bueno»
La cantata «Ich hab in Gottes Herz und Sinn» (BWV 92) nos invita a reflexionar sobre una vieja cuestión: ¿Cómo llega el mal al mundo?
Acción de gracias, alabanza y petición
«Sabe cuando la alegría,
sabe cuando la pena
servirnos a nosotros, sus hijos,
y lo que hace,
Todo está bien,
«no importa lo triste que pueda parecer».
Acabamos de escuchar, maravillosamente cantados e interpretados, los versos del clérigo luterano Paul Gerhardt, escritos hace cuatro siglos. Palabras conocidas. A ellos pertenece una historia que queremos recordar, al menos a pasos agigantados. Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha alabado y ensalzado las obras de Dios y ha pedido misericordia, protección contra el mal. Así canta el salmista
«¡Aleluya! Dad gracias al Señor, porque es bondadoso:
Su bondad es eterna».
El hombre se alegra de la abundancia que le ofrece el mundo: el despertar de la naturaleza en primavera, el calor del verano y la cosecha del otoño, el jugo de las vides y la felicidad de la caza; pero también teme los peligros que le acechan: Granizo y escarcha, enemigos amenazantes, enfermedad y muerte. Porque desde que ha tenido en cuenta todas las fuerzas poderosas a las que está expuesto, desde que ha tomado conciencia de ellas, sí, desde que ha desarrollado y agudizado su mente sobre ellas, las considera a su vez como gobernantes espirituales, incluso divinos, a los que tiene que pedir, a los que hay que alabar, a los que hay que agradecer: «¡Rey mío y Dios mío!», clama el salmista. Al fin y al cabo, espera su salvación a través de él, y que se evite la destrucción. ¿Qué otra cosa podía hacer ante tanta violencia?
¿Poder arbitrario de espíritus y dioses, benévolos y crueles? Eso parece. Así pareció durante mucho tiempo. Pero finalmente un pensador se opuso a esto: Platón. Su Sócrates pregunta retóricamente en la ronda de amigos: «¿Pero seguramente Dios es bueno en realidad y debe ser representado como tal?»
¿Cómo llega el mal al mundo?
Pero si lo divino es exclusivamente bueno, ¿cómo llega el mal al mundo? Respuesta de Platón: Lo divino es inocente de esto. Los poetas deberían tener prohibido atribuir el mal a los dioses. Los malos son culpables del mal, y cuando Dios los castiga, no hace nada malo, sino que es simplemente justo. Desde entonces, Dios ya no es arbitrario, sino sólo bueno y justo. El mal reside únicamente en los actos del hombre.
Sin embargo, en la conciencia de los individuos seguía rondando: ¿Por qué entonces el hombre -¡por Dios! – fue creado tan mal? La respuesta cristiana, totalmente relacionada con la convicción de Platón, es: el hombre no fue creado mal del todo, sino libre. Se le dio la libertad de alejarse de Dios, al igual que los ángeles. Y si es castigado por ello, este castigo no es otra cosa que justificado y, por tanto, bueno. Y el mal que le sobreviene al hombre no es un mal real, sino una mera prueba de purificación y corrección. En el texto de la cantata «Ich hab in Gottes Herz und Sinn» (BWV 92) se dice:
«Y a ti, mi Cristo,
tu angustia y tu tormento, tu amarga cruz y tu sufrimiento
por el bien de Jesús sea la salvación y el azúcar».
Dios crea al hombre, lo cubre de sufrimiento, ¿simplemente para probar su fidelidad? ¿De verdad? ¿Un Dios engañoso, y sin embargo un Dios de bondad? Es difícil de entender y aún más difícil para los predicadores argumentar su caso.
El mejor de los mundos
Al músico Johann Sebastian Bach parecen haberle preocupado poco estas preocupaciones, en contraste con uno de sus contemporáneos que le desagradaban tanto estas contradicciones que trató de eximir a Dios de la responsabilidad del mal de una manera muy diferente: Gottfried Wilhelm Leibniz. Leibniz fue un pensador y matemático universal y astuto; inventó la aritmética con números infinitamente pequeños y grandes, construyó la primera máquina de calcular y usó la peluca más magnífica del mundo. No es de extrañar, pues, que imaginara al Dios creador como un mega-Leibniz, por así decirlo, dotado de una enorme máquina de calcular. Creó el mundo como se describe en el Génesis, pero también se vio obligado a atenerse a la necesidad natural. Es decir, toda acción tiene el bien y el mal a su paso.
Por lo tanto, el Dios todopoderoso y omnisciente calculó con precisión matemática todos los mundos posibles con todos los detalles y, a continuación, seleccionó de entre ellos el óptimo, el mejor, el que tiene la menor cantidad de maldad. Para Leibniz, la creación se ha convertido en un problema de optimización matemática, y Dios lo ha resuelto con creces. Por eso la proporción de bienes supera a los pocos males, afirma tranquilizadoramente Leibniz, «igual que hay incomparablemente más viviendas que cárceles». Y: el mal no es un mal real -en esto sigue a Agustín y a Lutero- sino sólo un bien defectuoso, es decir, deficiente.
Los escritos de Leibniz, redactados en un elegante francés, enfurecieron a un espíritu inquieto, hombre de letras y filósofo: Voltaire, que dio nombre al siglo anterior a su revolución. En su grotesca sátira «Cándido», acusa a Leibniz de un optimismo ingenuo y despistado, le llama Doctor Pangloss, es decir, erudito todoterreno, y le conduce por un panóptico terrenal de horror: el robo y la tortura, el asesinato y la profanación, el sufrimiento y la muerte se le demuestran drásticamente a Pangloss. Y finalmente Voltaire se pregunta provocativamente: «¡Cómo! Soportar todas las enfermedades, experimentar todas las penas y vejaciones, morir de forma dolorosa y freírse en el infierno durante toda la eternidad para refrescarse: ¿todo esto debe ser el mejor destino que se nos pueda conceder? Seguramente eso no es demasiado bueno para nosotros, ¿y cómo podría ser bueno para Dios?»
Sus preguntas sobre el Dios benévolo quedaron sin respuesta, pero también su crítica a la moral del hombre.
Un siglo después, Jeremy Bentham, cuya momia aún puede admirarse en Londres, intentó rescatar el optimismo de Leibniz: Para él, el principio rector de la acción es «la mayor felicidad del mayor número» de personas. Sin embargo, para él ya no es Dios quien actúa, sino el hombre, y su institución más poderosa: el Estado.
Y Auguste Comte veía este mundo mejor como un mundo futuro, describiendo el progreso humano como un paso necesario hacia el bien, es decir, que todavía tenemos lo mejor por delante. Y proclamó con confianza una nueva religión: ordem e progresso, orden y progreso, como aún hoy podemos leer en la bandera nacional de Brasil. En consecuencia, sus templos ya no están dedicados a Dios, sino a la Humanidad.
¿Dónde está Dios?
El siglo XX trajo consigo una nueva desilusión: guerras de proporciones inimaginables barrieron el mundo; Estados enteros se convirtieron en prisiones. Y en medio de la peor noche, un nuevo defensor confesó al buen Dios: «Creo que Dios puede y sacará el bien de todo, incluso del más malo».
Fue el teólogo Dietrich Bonhoeffer quien pronunció estas palabras. Ya encarcelado en un calabozo de la Gestapo nazi, se inspiró en nuestro piadoso poeta barroco Paul Gerhardt. En su poema «Von guten Mächten treu und still umgeben» escribe para la Navidad:
«Y danos el pesado cáliz, el amargo
De la pena, llena hasta el tope,
Lo tomaremos agradecidos sin temblar
De tu buena y amada mano».
Pero de nuevo, alguien clama contra esto: Elie Wiesel, de ascendencia judía-rumana, encarcelado en otro campo entre la vida y la muerte. Describe el incalificable asesinato de dos adultos y un niño en el lugar de ejecución. «¿Dónde está Dios, dónde está?», preguntó alguien detrás de mí. El silencio absoluto reinaba en todo el campamento. El sol se ponía en el horizonte. Detrás de mí oí al mismo hombre preguntar: «¿Dónde está Dios? Y oí una voz en mi interior que me respondía: «¿Dónde está? Allí – allí cuelga en la horca…'»
En los últimos días de la guerra, la misma suerte corrió Bonhoeffer: también él terminó su vida desnudo como Jesús: el primero crucificado, el segundo en la horca.
¿Qué significa eso? ¿Para nosotros? ¿Dudas? ¿Desesperación? ¿A la impotencia de Dios? ¿Por la maldad del mundo? ¿Para quejarse? ¿Contra quién? ¿Contra Dios? ¿Contra las personas? ¿Contra qué personas? ¿Los otros? ¿Los malos? ¿Son los demás peores que nosotros? ¿Soportar la impotencia, como Bonhoeffer o Voltaire o Sócrates, pero no como víctimas sino como rebeldes? ¿Buscar a Dios en la impotencia como Jesús?
¿O invocar valiente y piadosamente la bondad como Gerhardt? ¿Interiorizar a Dios y buscarlo en la propia alma? ¿Religión privada? Al fin y al cabo, el Estado civil moderno nos lo permite generosamente: cada uno puede crear su propia salvación y la correspondiente imagen de Dios según su capricho.
Lo sagrado en el encuentro
Martin Buber, el filósofo religioso judío, veía las cosas de otra manera. Nos dice que encontremos a Dios con el corazón en la relación con el Tú, con nuestros semejantes, y escribe: «Las líneas extendidas de las relaciones se cruzan en el Tú eterno. (…) La gente se ha dirigido a su eterno Tú con muchos nombres. (…) ¿Y qué pesa toda la charla errónea sobre la naturaleza y las obras de Dios (…) frente a la Única Verdad que todos los hombres que se han dirigido a Dios se han referido a Él mismo?»
La Divinidad ilimitada se abre en el encuentro y no es una verdad definida. No se puede captar a través de los dogmas, porque definir los dogmas o los principios de la fe como verdades es definir lo divino, ponerle fines, límites. Bordes y mojones con los que se construyen los muros. Muros entre personas y entre culturas. Pero también: lo sagrado no es una salvación privada. En palabras de Buber: «En vano se pretende (…) limitar este tú a uno que habita en nosotros (…)».
El Espíritu Santo y el Espíritu Humano
A quien viaja por el sur de África se le pregunta a menudo y con brusquedad a qué iglesia asiste. Por supuesto, no se le pregunta por su fe. Eso no es de interés. Y la iglesia en sí tampoco es tan interesante. Hay innumerables iglesias, en medio de la ciudad y solitarias en la sabana, con nombres igualmente innumerables; quién quiere conocer sus diversos ritos, cantos y estatutos. No, la gente pregunta si van a la iglesia. Ir a la iglesia es una señal de que el extranjero respeta lo sagrado. Lo que va más allá de él, del individuo, y que es contrario a su única convicción privada y a su único beneficio privado.
Expresamos la misma esperanza – un poco más conscientemente – en nuestro apelativo Grüezi. Saludos, decimos, Saludos a Dios, o: Dios sea contigo, dominus tecum, e imploramos a Dios – y al mismo tiempo al extraño: ¡Únete a mí en la reverencia por el mismo santificado! Y también significan: ¡No me gobiernes! Sino más bien: ¡Que gobierne el Santo, no el espíritu humano!
¿El Santo? Lo santo es lo espiritual que ilumina tu espíritu. Y la desafía a distinguir entre lo bueno y lo malo. No es lo divino lo que es bueno o malo, ni el hombre, ni siquiera sus actos en primer lugar, pues suelen estar enredados en lo mundano de la vida cotidiana. Pero sus efectos son buenos o malos, y el espíritu del hombre está llamado a considerar las consecuencias buenas y malas en la cooperación y la competencia -también ésta es comunitaria, no destructiva- y a actuar de acuerdo con esta precaución. Sócrates llamó a este espíritu que conoce el bien y el mal, conscientia Jerónimo en el Nuevo Testamento, Giwizzan, conciencia, nuestro Notker, el de labios gruesos.
Lo espiritual para santificarse no es una invención de Buber, sino que ha sido invocado una y otra vez -en esta iglesia, de todos los lugares, encontramos la misma exhortación: si miramos al techo del coro, vemos a los pueblos de todos los continentes reunidos- y el profeta Isaías hace hablar a Dios: «Volveos a mí y seréis salvados, los confines de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay otro.» El pintor ha representado este espíritu como un brillo oculto. Así también en Isaías: «En verdad eres un Dios oculto (…)». Sin embargo, el Espíritu que brilla e ilumina desde la nube -y que nos une a los seres humanos- no está a nuestra disposición arbitraria; no es tangible y manejable, al igual que nuestro propio espíritu no es un órgano o instrumento disponible, sino que sólo se demuestra a través de su actividad humana.
Literatura
– Antiguo Testamento, Salmo CVI, V. Traducción de Moses Mendelsohn, 1783. Zúrich, Diógenes Verlag AG 1998
– Antiguo Testamento. El profeta Isaías. Las Sagradas Escrituras en la traducción de Martín Lutero con explicaciones para la congregación lectora de la Biblia, Stuttgart, Württembergische Bibelanstalt Stuttgart 1974.
– Jeremy Bentham, A Fragment on Government, en: A Comment on the Commentaries amd A Fragment on Government, ed. por J. H. Burns / H. L. A. Hart (The Collected Works of Jeremy Bentham), Londres 1977
– Dietrich Bonhoeffer, Después de diez años. Resistencia y rendición. Cartas y notas desde la cárcel, DBW, Vol. 8. Gütersloh, Gütersloher Verlagshaus 1998
– Auguste Comte, Rede über den Geist des Positivismus, 1842. Traducido, introducido y editado por Irving Fetscher, Hamburgo, Felix Meiner Verlag 1956.
– Paul Gerhardt, Poemas y Escritos, Obelisco, Zug 1957
– La Epopeya de Gilgamesh. 4ª placa. Nueva traducción y anotación de Albert Schott, Stuttgart, Philipp Reclam jun. 1969
– Gottfried Wilhelm Leibniz, Versuche in der Theodicée über die Güte Gottes, die Freiheit des Menschen und den Ursprung des Übels, Felix Meiner Verlag, Hamburgo 1996.
– Gottfried Wilhelm Leibniz, Versuche in der Theodicée über die Güte Gottes, die Freiheit des Menschen und den Ursprung des Übels, Felix Meiner Verlag, Hamburgo 1996.
– Aryeh Oron, página web de las Cantatas de Bach, http://www.bach-cantatas.com/BWV92.htm, 2015
– Platón, El Estado. En alemán, por Rudolf Rufener. Munich, Deutscher Taschenbuch Verlag 1991
– Voltaire, François-Marie Arouet, Dictionnaire philosophique portatif. Bien, Tout est Bien, 1764. Diccionario filosófico de bolsillo. Todo está bien. Traducción de A. Ellissen de 1844 www.zeno.org/Philosophie/M/Voltaire/Ueber+den+Satz%3A+%C2%BBAlles+ist+gut%C2%AB
– Voltaire, François-Marie Arouet, Candide oder der Optimismus, 1759. Traducido del francés por Ilse Lehmann, Munich, Deutscher Taschenbuch Verlag 2005.
– Elie Wiesel, La noche. Memoria y testimonio. 1958. Traducido del francés por Curt Meyer Clason, Friburgo de Brisgovia, Herder Verlag 1996
Este texto ha sido traducido con DeepL (www.deepl.com).