Wer nur den lieben Gott läßt walten
BWV 093 // para el quinto domingo después de la Trinidad
(Si eliges a Dios como tu guía) para soprano, contralto, tenor y bajo, conjunto vocal, oboe I+II, cuerda y continuo
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Taller introductorio
Reflexión
Coro
Soprano
Susanne Frei, Guro Hjemli, Noëmi Sohn
Contralto
Antonia Frey, Jan Börner, Lea Scherer, Olivia Heiniger, Katharina Jud
Tenor
Marcel Fässler, Manuel Gerber, Raphael Höhn
Bajo
Fabrice Hayoz, Oliver Rudin, Philippe Rayot
Orquesta
Dirección y cémbalo
Rudolf Lutz
Violín
Renate Steinmann, Plamena Nikitassova
Viola
Susanna Hefti
Violoncello
Maya Amrein
Violone
Iris Finkbeiner
Oboe
Kerstin Kramp, Luise Baumgartl
Fagot
Susann Landert
Órgano
Norbert Zeilberger
Director musical
Rudolf Lutz
Taller introductorio
Participantes
Karl Graf, Rudolf Lutz
Reflexión
Orador
Michael Von Brück
Grabación y edición
Año de grabación
18.06.2010
Ingeniero de sonido
Stefan Ritzenthaler
Dirección de grabación
Meinrad Keel
Gestión de producción
Johannes Widmer
Producción
GALLUS MEDIA AG, Suiza
Productora ejecutiva
Fundación J.S. Bach, St. Gallen (Suiza)
Libretista
Textos n.° 1, 4, 7
Georg Neumark, 1657
Textos n.° 2, 3, 5, 6
Arreglista desconocido
Primera interpretación
Quinto domingo después de la Trinidad,
9 de julio de 1724
Texto de la obra y comentarios teológico-musicales
1. Chor
Wer nur den lieben Gott läßt walten
und hoffet auf ihn allezeit,
den wird er wunderlich erhalten
in allem Kreuz und Traurigkeit.
Wer Gott, dem Allerhöchsten, traut,
der hat auf keinen Sand gebaut.
2. Rezitativ (Bass)
Was helfen uns die schweren Sorgen?
Sie drücken nur das Herz
mit Zentner Pein, mit tausend Angst
und Schmerz.
Was hilft uns unser Weh und Ach?
Es bringt nur bittres Ungemach.
Was hilft es, daß wir alle Morgen
mit Seufzen von dem Schlaf aufstehn
und mit beträntem Angesicht des Nachts zu Bette gehn?
Wir machen unser Kreuz und Leid
durch bange Traurigkeit nur größer.
Drum tut ein Christ viel besser,
er trägt sein Kreuz mit christlicher Gelassenheit.
3. Arie (Tenor)
Man halte nur ein wenig stille,
wenn sich die Kreuzesstunde naht,
denn unsres Gottes Gnadenwille
verläßt uns nie mit Rat und Tat.
Gott, der die Auserwählten kennt,
Gott, der sich uns ein Vater nennt,
wird endlich allen Kummer wenden
und seinen Kindern Hilfe senden.
4. Arie (Duett Sopran, Alt)
Er kennt die rechten Freudenstunden,
er weiß wohl, wenn es nützlich sei.
Wenn er uns nur hat treu erfunden
und merket keine Heuchelei:
so kömmt Gott, eh wir uns versehn,
und lässet uns viel Gut’s geschehn.
5. Rezitativ (Tenor)
Denk nicht in deiner Drangsalshitze,
wenn Blitz und Donner kracht
und dir ein schwüles Wetter bange macht,
dass du von Gott verlassen seist.
Gott bleibt auch in der größten Not,
ja gar bis in den Tod
mit seiner Gnade bei den Seinen.
Du darfst nicht meinen,
daß dieser Gott im Schoße sitze,
der täglich, wie der reiche Mann,
in Lust und Freuden leben kann.
Der sich mit stetem Glücke speist,
bei lauter guten Tagen,
muß oft zuletzt,
nachdem er sich an eitler Lust ergötzt:
«Der Tod in Töpfen!» sagen.
Die Folgezeit verändert viel!
Hat Petrus gleich die ganze Nacht
mit leerer Arbeit zugebracht
und nichts gefangen:
auf Jesu Wort kann er noch einen Zug erlangen.
Drum traue nur in Armut, Kreuz und Pein
auf deines Jesus Güte
mit gläubigem Gemüte.
Nach Regen gibt er Sonnenschein
und setzet jeglichem sein Ziel.
6. Arie (Sopran)
Ich will auf den Herren schaun
und stets meinem Gott vertraun.
Er ist der rechte Wundersmann,
der die Reichen arm und bloß
und die Armen reich und groß
nach seinem Willen machen kann.
7. Choral
Sing, bet und geh auf Gottes Wegen,
verricht das Deine nur getreu
und trau des Himmels reichem Segen,
so wird er bei dir werden neu;
denn welcher seine Zuversicht
auf Gott setzt, den verläßt er nicht.
Michael von Brück
«Raíces de esperanza y serenidad»
Treinta años de guerra. ¡Treinta años! ¿Quién deja que sólo prevalezca el buen Dios? Media Europa Central destruida, saqueos, devastación, violaciones, la mitad de la población aniquilada. ¿Quién deja que sólo prevalezca el buen Dios? El poeta, Georg Neumark, no se plantea esta pregunta en esta canción hacia 1657. Paul Gerhardt (1607-1676) es otro de los que escribió poesía en esta época. También él crea canciones de belleza, de alegría, de confianza en Dios, sin apenas rastro del horror de la época. Johann Scheffler, el «Ángel de Silesia» (Angelus Silesius) – del que hablaremos más adelante – es contemporáneo (1624-1677).
¿Qué movía a estas personas en aquella época, que pasaban por tales horrores y sin embargo podían cantar la bondad de Dios? Los siglos posteriores ya no pudieron hacerlo. Hay una parodia de la cantata BWV 93 de finales del siglo XIX que se incluyó en el Cancionero Obrero de 1894. El texto fue escrito por un tal Max Kegel. Me gustaría recitar sólo dos estrofas: «Aquel que sólo se deja gobernar por Dios / y paga siempre los impuestos, / recibirá maravillosamente / el favor de las altas autoridades. / No será enviado a la ciudad como demócrata / en santa timidez. / Por tanto, camina siempre por los caminos de Dios / y sólo haz fielmente / todo lo que se te imponga, / aunque tengas que pasar hambre. / Entonces la palabra de la ley / no te apartará del estado policial».
Ese es el estado de ánimo a finales del siglo XIX. Y el siglo XX superará entonces -en sólo doce años de tiranía en Alemania y algunos años más en Rusia- muchas veces el número de víctimas que tenemos que imaginar ante la Guerra de los Treinta Años. ¿Y hoy? La tecnología ha avanzado tanto que probablemente podríamos volver a aumentar magníficamente el número de víctimas en pocos minutos. ¿Quién deja que sólo prevalezca el buen Dios? El poeta de esta canción, Georg Neumark, era abogado y fue empujado por media Europa – está relacionado con Königsberg y Turingia, también con Kiel. Se le envía en un continente maltratado.
Bach, que más tarde pone música a este texto, escribe en un entorno diferente. Él mismo no está del todo contento con sus respectivas autoridades, pero le va bien. Poco antes se había estrenado la poderosa Pasión de San Juan en Leipzig y, como mostraré, hay una cercanía espiritual en su coral final. Immanuel Kant nació poco antes de que se estrenara esta cantata. Pedro el Grande nombra a Catalina corregente y se funda la Universidad de Petersburgo. Un entorno diferente, sin duda.
La época en la que vive Bach es una época de esperanza. El Barroco transporta las promesas del cielo a este mundo. Las iglesias están pintadas en consecuencia. Pero incluso esta esperanza no es barata. Los que vivieron la Guerra de los Siete Años y todo lo que vino después lo saben. La esperanza no es barata. Requiere fuerza interior y tiene una raíz en la experiencia correspondiente. Y de eso trata precisamente la cantata «Wer nur den lieben Gott lässt walten». La esperanza es, si lo formulamos de forma algo abstracta, la diferencia entre lo que percibimos por experiencia y lo que nuestra imaginación puede configurar como un mundo mejor. La esperanza no es una promesa de un día de nunca jamás, sino el poder de actuar a partir del movimiento interior.
La religión tiene dos raíces. Una raíz llega a lo más profundo de la experiencia del sufrimiento, la religión es entonces un medio de compensación, de hacer frente al sufrimiento. La religión mantiene viva la esperanza de que pueda haber algo más allá de este sufrimiento, algo que en última instancia dé sentido incluso al sufrimiento. Pero esta pregunta sólo puede responderse si se reconoce la segunda raíz de la religión, que es el éxtasis. El éxtasis de experimentar la belleza, del amor en el mundo. Y depende del ojo y el oído abiertos y de los demás sentidos para poder experimentar estos éxtasis. Personas como Francisco de Asís o Paul Gerhardt cantan extasiados ante un amanecer. Mozart compone con alegría en cualquier circunstancia, especialmente cuando no se siente bien. Bach se sienta en su estrecho mundo turingio-sajón y escucha la música celestial que le catapulta fuera de este confinamiento. Escribe casi sin parar, también para ganar dinero, ciertamente. Pero lo que escribe es «ecostático», está más allá de toda limitación. La esperanza, por tanto, no es un consuelo barato, sino que está enraizada en la experiencia de lo extático. Hay unas sabias palabras del poeta, escritor y posterior Presidente de la República Checa, Vaclav Havel. Dice: «La esperanza no es optimismo, no es la creencia de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte». Es decir, no el consuelo ciego y desprevenido del «todo irá bien», sino la certeza de que tiene un sentido, independientemente de cómo resulte. Hace unos días, tuve la oportunidad de volver a visitar a los -me gustaría decir- héroes del 20 de julio de 1944: Stauffenberg, Goerdeler y otros. Ahí queda claro: la esperanza es actuar con la certeza de que tiene un sentido, independientemente de cómo resulte.
Esta cantata habla de la «serenidad cristiana». ¿Qué es eso? Ya tenemos bastantes dificultades para explicar qué es la serenidad, y además: ¿serenidad cristiana? Ese es precisamente el tema de esta cantata: ¿Qué es la serenidad, de dónde viene? Frente a este sufrimiento, que Bach compone de forma advertida y que intensifica en comparación con el texto de la canción, ¿cómo puede entrar aquí la serenidad? El libretista de Bach, cuyo nombre desconocemos, lo exagera todo de forma barroca, insertando palabras dulces en el enorme texto coral. Sin embargo, Bach tiene muy claro que debe componer el sufrimiento, la cruz que lleva el hombre, y sólo entonces hacer patente la raíz de la serenidad cristiana en el ritmo, el tono y la melodía del texto. En la quinta estrofa dice: «¡El tiempo siguiente cambia mucho! (…) y establece un objetivo para cada uno». ¿Cuál es el objetivo, cuál es el sentido del sufrimiento? Sentido, esta palabra alemana, es originalmente una palabra de dirección, un cambio de lugar. Todavía lo conocemos en la palabra «horario».
El movimiento es el cambio en el tiempo. Así que el sentido también indica una dirección en el tiempo: De la experiencia presente a un mundo mejor, imaginado a través de la fantasía. La esperanza consiste en entender este fantástico no sólo como una posibilidad mejor, sino como una guía para la acción.
Los que tienen esperanza utilizan su imaginación para ponerla en práctica en la vida. Esto es siempre una experiencia personal, y me parece que Bach pone en práctica esta idea musicalmente no sólo en esta cantata, sino en muchas otras de sus obras corales sagradas, de tal manera que primero deja que las voces solistas, o en este caso las voces figurativas del coro, canten y sólo entonces deja que la congregación responda de manera coral. Esto significa que primero es necesaria la experiencia individual, para que luego sea posible la confesión y la acción de la comunidad. Esto corresponde al sentimiento del Barroco, es decir, que la experiencia debe venir del corazón, de una conciencia transformada. Es la experiencia individual de la fe que luego se comparte en conjunto. El primer movimiento de la cantata lo expresa en un gesto de alegre confianza. Juguetón y a la vez quejumbroso. En los solos, inicialmente figurativos, luego inamovibles y llenos de certeza, incluso confesionales en el cantus firmus: la esperanza siempre. Una rúbrica no sólo para los eventos musicales que se avecinan, sino para la vida. Juguetón y lamentable, el gesto de la alegría y el gesto de la pena al mismo tiempo. Volveré a hablar de ello al final de mi intervención. Aquí ya queda claro: es la serenidad cristiana la que se eleva por encima del dolor y la tristeza. La serenidad cristiana no es un mirar hacia otro lado, no es un alejarse del mundo – eso lo prohíbe la experiencia de la cruz, independientemente de cómo la interpretemos en detalle. No se trata de mirar de reojo lo que ocurrió en la Guerra de los Treinta Años y que iba a seguir terriblemente en todos los tiempos posteriores, lo que también configura nuestro doloroso presente. Más bien, es un mirar, pero desde la experiencia del sin embargo o del sin embargo. Como Bach puso maravillosamente en música en su motete coral «Jesu meine Freude»: «Trotz, trotz dem alten Drachen» y en este «trotz» también se expresa el desafío. Desafío contra la violencia y especialmente contra la estupidez en el mundo. Porque la violencia tiene una de sus raíces más fuertes en la estupidez. No puedo justificar ni elaborar esto aquí.
Bach siente en esta música lo que quizá podamos llamar el «poder sereno del silencio». «Quédate quieto un poco». La melodía se construye al principio a partir de los intervalos de la melodía coral «Wer nur den lieben Gott lässt walten», pero luego se desarrolla de forma relajada. El poder sereno del silencio es un silencio sonriente. Eso es algo diferente a un silencio rígido. Y cómo se pasa de un silencio rígido a un silencio sonriente es el epítome de lo que hoy llamamos espiritualidad.
Aquí, en el techo abovedado de la iglesia de Trogen, tenemos un comentario pintado sobre esto: «Dejad que los niños vengan a mí», dice este cuadro aquí arriba. Y esta es una experiencia no sólo del mundo cristiano y de la serenidad cristiana, sino que también conocemos el motivo de las culturas india y china de forma similar. Es la capacidad del niño de llorar amargamente, ser consolado y de un minuto a otro volver a empezar y redescubrir el mundo a través del juego, comprometerse de nuevo. Me parece que esto es lo que se musicaliza en esta maravillosa música.
Serenidad, «serenidad cristiana». La alegría de tocar se expresa en el dúo, en la maravillosa danza melódica entre el oboe y la soprano, apoyados por el sonoro fagot. Es como un elegante juego en los cielos. Para mí, esta sexta parte es el clímax de la cantata. La auto-revelación de la confianza: «Miraré al Señor y confiaré siempre en mi Dios».
En efecto, se trata de un elegante juego del cielo. La palabra que tenemos para ello en la lengua alemana y en la teología es «gracia». Pero en el texto griego original, la palabra aquí es «charis». Pero «charis», que traducimos como gracia, es un término estético. Procede del teatro griego y está vinculado a las Caritas, las diosas griegas de la gracia, la danza y la música. Sólo más tarde, en la traducción latina como «gratia», se convirtió en un término legal, por desgracia. Por lo tanto, en el griego, en el Nuevo Testamento, es un término de gracia. Y cuando escuchamos esta gracia en juego una y otra vez en la música de Bach, la gracia se compone como una graciosa belleza que nos toca profundamente. Bach suele hacer tocar a las maderas, que escuchamos en dúos con solos de soprano, o son dúos entre las voces solistas. La voz angelical de la soprano siempre está presente (pensemos en el conmovedor dúo de soprano y bajo «Herr dein Mitleid, dein Erbarmen, tröstt uns und macht uns frei» del Oratorio de Navidad) y luego Bach pone la serena gracia de la gracia a ritmos de danza. También aquí, en esta cantata. Esa es la razón de la confianza. Y así, al final, en su último coral, Bach llega a «cantar, rezar, caminar y confiar». Entonces Dios está presente -y ya hemos escuchado en la introducción del concierto que al «ora et labora» de los benedictinos se une el «canta». Ese es el gesto de este último verso. Ya he indicado que existe aquí una relación espiritual con el coral final de la Pasión de San Juan. Porque allí, después del drama del sufrimiento y la pasión de Jesús, dice al final, en la última línea: «Te alabaré por siempre». Este es el canto del ser humano redimido que ha pasado por el sufrimiento y ahora baila serenamente en la gracia de la gracia.
Treinta años de guerra, buscando la confianza, buscando la esperanza y sobre todo la certeza de la esperanza. Ese es el tema de esta cantata. El contemporáneo Angelus Silesius escribe sobre esto en muchos de sus maravillosos aforismos. En el «querubín errante», por ejemplo, dice: «Dios habita en una luz a la que se le abre el camino. Quien no se convierte en él mismo no lo ve eternamente». U otro verso, con un significado místico similar: «Si Cristo nace mil veces en Belén, y no en ti, seguirás eternamente perdido». Se trata de la transformación interior. No es algo que venga o no venga, sino que es tarea. La tarea del hombre es lidiar con sus experiencias, con su conciencia, de tal manera que se abra paso a esta dimensión interior de éxtasis y alegría, desde la cual puede actuar. La serenidad cristiana, decíamos, no es mirar lejos, sino mirar hacia, pero aún más mirar a través. Mirar a través de los ritmos más profundos, de las leyes armónicas más profundas que se esconden detrás de nuestro mundo superficial y desgarrado. Y el mundo es superficial y desgarrado porque no miramos. Es el corazón enfermo y desgarrado el que actúa con violencia. Pero un corazón que puede estar sereno, porque se deja tocar por la impresión celestial, actúa con alegría y amor.
Una última observación: ¿qué quedará de nuestra cultura, de nuestra religión o religiones? ¿En cinco mil años, en diez mil años quizás? Cuando experimentamos a Bach y hacemos música, miramos hacia atrás en trescientos años de historia de la música. Cuando experimentamos este pasaje, esta mirada a través de la cruz hacia la serenidad cristiana, miramos hacia atrás, hacia dos mil años de historia cristiana. Miramos hacia atrás en dos mil quinientos años de historia budista cuando aprendemos a practicar sistemáticamente la serenidad, cuando entrenamos nuestros sentidos y nuestra conciencia para abrirnos a lo que Bach canta y toca. Dos mil años, tres mil años… eso nos parece mucho, pero es sólo un breve episodio en la historia de la humanidad, que tiene décadas miles, siglos miles. Si miramos hacia atrás en las profundidades de esta dimensión del tiempo, no sabemos casi nada. Si miramos cinco mil años, diez mil años adelante, tampoco sabemos nada. Pero una cosa es segura: nuestras culturas, nuestras religiones, habrán cambiado drásticamente para entonces, siempre que la humanidad no se haya extinguido para entonces. Ya estamos experimentando el rápido cambio en las pocas décadas de nuestra vida. Me parece -pero es mi juicio personal que no se puede generalizar- que de esta experiencia cristiana, de la serenidad cristiana, queda una cosa: la música en la que la experiencia contrastada del dolor y de la alegría resuena como en ningún otro lugar de la expresión humana. Es lo que hemos insinuado antes, lo que está presente en la música de Bach, de Mozart y de muchos otros, pero quizá especialmente en estos dos: que la alegría y la pena, el ser redimido y el dolor suenan juntos al mismo tiempo. En la cantata, esto se puede escuchar y experimentar con toda claridad en las distintas figuras, en el primer pero también en el segundo movimiento. La alegría y la tristeza no son dos gestos sucesivos del corazón humano, sino que son mutuamente dependientes, juegan uno alrededor del otro. Y cuando se ha comprendido esto, cuando se ha experimentado esto, entonces es posible una certeza de confianza.
Uno de los grandes directores de orquesta del siglo XX, Sergiu Celibidache, dijo:
«Bach es lo que queda cuando uno ha superado el sufrimiento».
Este texto ha sido traducido con DeepL (www.deepl.com).