Ach wie flüchtig, ach wie nichtig
BWV 026 // para el vigesimocuarto domingo después de la Trinidad
(Oh, cuán efímera, cuán vana) para contralto, tenor y bajo, conjunto vocal, corno, traverso, oboe I–III, fagot, cuerda y continuo
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Taller introductorio
Reflexión
Coro
Soprano
Leonie Gloor, Guro Hjemli, Damaris Nussbaumer
Contralto
Jan Börner, Antonia Frey, Olivia Heiniger, Lea Scherer
Tenor
Clemens Flämig, Nicolas Savoy, Manuel Gerber
Bajo
Fabrice Hayoz, Philippe Rayot, William Wood
Orquesta
Dirección
Rudolf Lutz
Violín
Renate Steinmann, Anaïs Chen, Sylvia Gmür, Martin Korrodi, Fanny Tschanz, Livia Wiersich
Viola
Susanna Hefti, Martina Bischof
Violoncello
Maya Amrein
Violone
Iris Finkbeiner
Oboe
Katharina Arfken, Stefanie Haegele, Dominik Melicharek
Fagot
Susann Landert
Corno
Olivier Picon
Flauta de pico
Claire Genewein
Cémbalo
Norbert Zeilberger
Órgano
Norbert Zeilberger
Director musical
Rudolf Lutz
Taller introductorio
Participantes
Karl Graf, Rudolf Lutz
Reflexión
Orador
Gerhard Schwarz
Grabación y edición
Año de grabación
20.11.2009
Ingeniero de sonido
Stefan Ritzenthaler
Dirección de grabación
Meinrad Keel
Gestión de producción
Johannes Widmer
Producción
GALLUS MEDIA AG, Suiza
Productora ejecutiva
Fundación J.S. Bach, St. Gallen (Suiza)
Libretista
Textos n.° 1, 6
Michael Franck (1609–1679)
Textos n.° 2–5
Arreglista desconocido
Primera interpretación
Vigesimocuarto domingo después de la Trinidad,
19 de noviembre de 1724
Texto de la obra y comentarios teológico-musicales
1. Chor
Ach wie flüchtig, ach wie nichtig
ist der Menschen Leben!
Wie ein Nebel bald entstehet
und auch wieder bald vergehet,
so ist unser Leben, sehet!
2. Arie (Tenor)
So schnell ein rauschend Wasser schiesst,
so eilen unser Lebenstage.
Die Zeit vergeht, die Stunden eilen,
wie sich die Tropfen plötzlich teilen,
wenn alles in den Abgrund schiesst.
3. Rezitativ (Alt)
Die Freude wird zur Traurigkeit,
die Schönheit fällt als eine Blume,
die grösste Stärke wird geschwächt,
es ändert sich das Glücke mit der Zeit,
bald ist es aus mit Ehr und Ruhme,
die Wissenschaft und was
ein Mensche dichtet,
wird endlich durch das Grab vernichtet.
4. Arie (Bass)
An irdische Schätze das Herze zu hängen,
ist eine Verführung der törichten Welt.
Wie leichtlich entstehen verzehrende Gluten,
wie rauschen und reissen
die wallenden Fluten,
bis alles zerschmettert in Trümmern zerfällt.
5. Rezitativ (Sopran*)
Die höchste Herrlichkeit und Pracht
umhüllt zuletzt des Todes Nacht.
Wer gleichsam als ein Gott gesessen,
entgeht dem Staub und Asche nicht,
und wenn die letzte Stunde schläget,
dass man ihn zu der Erde träget,
und seiner Hoheit Grund zerbricht,
wird seiner ganz vergessen.
*Ausgeführt durch Daniel Johannsen (Tenor)
6. Choral
Ach wie flüchtig, ach wie nichtig
sind der Menschen Sachen!
Alles, alles, was wir sehen,
das muss fallen und vergehen.
Wer Gott fürcht, bleibt ewig stehen.
Gerhard Schwarz
«Liberarse de la carencia y la necesidad no es un regalo, sino un esfuerzo».
La cantata «Ach wie flüchtig, ach wie voidig» puede leerse como una llamada a despreciar las cosas materiales, pero también como un llamamiento a la moderación y la contención. Sólo esta última interpretación parece útil para nuestro tiempo, si uno no quiere alejarse del objetivo de que todas las personas tengan al menos lo suficiente para vivir.
En cambio, la cantata «Ach wie flüchtig, ach wie voidig», basada en la canción homónima del poeta de Turingia Michael Franck, apela tanto a mi lado metafísico como al secular, al filosófico y religioso como al económico. El principio de la canción ya contiene todo lo que luego se desarrollará en las seis estrofas. Por un lado, se trata de la velocidad y la fugacidad, es decir, del tiempo. Y por otro lado, se trata de los valores, materiales pero también inmateriales, y de su destrucción y nulidad.
La cantata se adapta a un domingo gris de noviembre. Ayer se representó por primera vez hace 285 años. En aquella época, había unos 600 millones de personas en la Tierra, la mitad que hoy sólo en China; el nivel de prosperidad en Europa Central era aproximadamente el 4% del actual, es decir, una vigésima parte; y la esperanza de vida al nacer -siempre para nuestras latitudes- se situaba en una media de entre 25 y 35 años debido a la elevada mortalidad infantil. Quizás esto explique parte del extraordinario fatalismo y la gran melancolía de este texto, una melancolía que va demasiado lejos para mí. Sólo el último verso del coral da esperanza, pero ni siquiera es para este mundo: «Wer Gott fürcht’, bleibt ewig stehen». A pesar de un cierto parecido, esto no tiene nada que ver con el apasionante y confiado «In God we trust» que está escrito en cada billete de dólar.
Casi se podría decir que hay un tufillo a budismo en este texto, sobre todo porque en la canción de Frank -en siete de las trece estrofas originales- se habla de la fugacidad no de la riqueza y la prosperidad, sino de todo lo que hace que la vida merezca la pena para la mayoría de los seres humanos, ciertamente para nosotros, los occidentales y mundanos. Si la alegría, la belleza, la fuerza, la felicidad, el honor, el conocimiento y el arte también son nulos, entonces sólo queda la búsqueda de la paz interior en el ascetismo y la renuncia completos. También están sorprendentemente ausentes de la cantata tanto la moralidad -pueden perdonarme por usar esta palabra anticuada- como la humanidad. Sólo se trata de la relación del hombre con Dios (y con la muerte), no de la relación entre las personas, que sólo se vuelve agradable y civilizada gracias a la moral. Con todo respeto, todo esto es quizá adecuado como programa para una vida monástica -muy estricta-, pero no como plan de vida para el ciudadano medio.
Lucha por preservar la prosperidad
Por otro lado, el texto está muy bien como impulso para pensar, para hacerse reflexivo, que no es lo mismo. Sobre todo, por supuesto, el aria del bajo, esta pequeña danza de la muerte, me desafió e inspiró algunas reflexiones. De vez en cuando, todo economista debe tener dudas sobre si no está tratando con una esfera del pensamiento y de la acción humana «que, aunque sea de necesidad elemental, es por esa misma razón de tipo inferior». Primum vivere, deinde philosophari», decían los antiguos romanos. Y la Biblia dice: «No sólo de pan vive el hombre». Ambos parecen algo más benévolos que el texto de la cantata. Al fin y al cabo, lo económico tiene su lugar allí. Es cierto que no tiene la posición dominante que amenaza rápidamente con asumir en la vida humana, no sólo entre los que luchan por sobrevivir y de los que hay cientos de millones en este mundo, sino también entre los que se han acostumbrado a la prosperidad y luchan por no perderla. Pero aun así: lo económico, lo material tiene su lugar. El pan es lo primero, es necesario para la vida, pero no es suficiente para la vida, el hombre vive de él, pero no sólo de él.
La economía y quienes la representan -dándole forma como gestores y reflexionando sobre ella como economistas- son tratados repetidamente con desprecio y condescendencia. Pero aunque esto no es del todo incomprensible -más aún tras la crisis- también hay en ello cierta arrogancia de saciedad. Pues el desprecio por la economía, la evocación de la fugacidad de todo lo terrenal, no se corresponde con el comportamiento de las personas. Al fin y al cabo, Goethe tenía razón: «La gente presiona por el oro, se aferra al oro (…)». La gente se esfuerza por conseguir más, es casi insaciable, incluso los más fracasados. Y con este esfuerzo sientan las bases de las necesidades de la vida y de una existencia modesta, incluso de la prosperidad de muchos otros.
Es esta tensión la que tenemos que soportar los seres humanos. Por un lado: si todas las personas valoraran tan poco las cosas materiales como se expresa en la cantata, es decir, si se humillaran con el mínimo absoluto, muchas personas no tendrían lo suficiente para vivir. La desigualdad es una parte inevitable de la realidad, y sólo si se lucha por un lote en el que muchos -en una economía de libre mercado prácticamente todos- tengan lo suficiente para vivir, habrá innovación y cambio. Por otro lado, los excesos de este afán humano por conseguir más, especialmente la codicia, no hacen feliz al individuo; son adicciones patológicas y enfermizas. Incluso pueden lastrar la convivencia social y poner en peligro la cohesión. En este sentido, la admonición de la cantata – «Colgar el corazón en los tesoros terrenales / es una tentación del mundo insensato»– es un llamamiento a la moderación y a la mesura, en todo lo que los humanos aspiramos, es decir, la riqueza, ciertamente, pero también el poder, la belleza, la fama, el conocimiento e incluso el arte.
Calidad moral de la economía de mercado
Se podría objetar ahora -y muchos lo harán hoy en día, es casi parte del zeitgeist- que nuestro sistema económico, en el que vivimos, desencadena y fomenta este afán exagerado de más y más, haciendo que el pensamiento de las personas gire sólo en torno a todo lo terrenal, al dinero y a todo lo que se puede comprar con dinero o que se cree que se puede comprar, y en el proceso dañando sus almas. Pero esta interpretación es errónea. El orden económico abierto y liberal no promueve cualidades y actitudes negativas, sino que no las suprime; simplemente permite toda la diversidad de motivos humanos, incluidas las aberraciones y exageraciones. Sean cuales sean los motivos de las personas, mientras no perjudiquen a los demás, sus acciones casi siempre benefician al bien general de alguna manera. Vicios privados como la avaricia, la codicia y el ansia de favores se convierten en beneficios públicos.
Dado que muchos críticos culpan erróneamente de los vicios de las personas al orden que los permite en lugar de impedirlos, se vuelven completamente ciegos ante la extraordinaria calidad moral que caracteriza a la sociedad basada en la economía de mercado. Esto tiene cuatro aspectos.
En primer lugar, las sociedades modernas «capitalistas» son las menos coercitivas y menos violentas de la historia de la humanidad; esto es lo que hace posible la moralidad en primer lugar, ya que sólo la acción en libertad puede reclamar calidad moral.
En segundo lugar, a pesar de un exuberante estado de bienestar, estas sociedades siguen basándose principalmente en que las personas se responsabilicen de sí mismas y de los suyos y no vivan a costa de los demás.
En tercer lugar, las economías abiertas y competitivas no se limitan a dar rienda suelta al simple afán de lucro, sino que también liberan las fuerzas creativas sin las cuales nuestro mundo moderno sería inconcebible.
Y, en cuarto lugar, no cabe duda de que la libertad -al igual que la responsabilidad personal- es un valor elevado per se.
Si se trata de leer la cantata de forma ilustrada y de interpretarla de forma moderna, más allá de la metafísica, también se podría entender precisamente como eso, es decir, como un rechazo a cualquier utilitarismo. Los objetivos superficiales, relativamente definibles y operables, como la riqueza, la felicidad, el poder o el honor, deben pasar a un segundo plano frente a los valores superiores. Para la gente del Barroco sólo había un valor superior, el de Dios. Aunque ciertamente no quiero equiparar la idea de libertad con la de Dios, existe un paralelismo con la tesis que siempre he sostenido de que nunca debemos defender la economía de mercado y un orden social liberal por mera utilidad, sino que la libertad es un valor tan preciado que incluso debemos sacrificar la prosperidad y el bienestar por ella si es necesario. Afortunadamente, la libertad económica también trae consigo la prosperidad, por lo que las sociedades nunca hemos tenido que pasar esta prueba de fuego y nunca lo haremos. En cambio, los millones de personas que huyeron de los regímenes totalitarios, renunciando a todas sus posesiones y arriesgando sus vidas, tomaron esta decisión por sí mismos y valoraron tanto la libertad que estuvieron dispuestos a renunciar a mucho y a arriesgarlo todo.
Engañosa tierra de leche y miel
Una última cosa: Franklin D. Roosevelt se hizo famoso con su catálogo de las cuatro libertades, la libertad de expresión, la libertad de religión, la libertad del miedo y la libertad de las penurias materiales, que Norman Rockwell ha representado de forma tan magnífica y patética.4 ¿Quién no se sentiría conmovido por esta visión? Pero si uno piensa más detenidamente, rápidamente se da cuenta de que esta última, la libertad de la necesidad material, es una concepción de tierra de leche y miel. Sólo ahí desaparecen por completo las restricciones al disfrute basadas en la escasez natural de bienes. Sólo allí prevalece esa libertad definida positivamente, que probablemente ni siquiera sea atractiva por el aburrimiento, pero sobre todo completamente irreal. En cambio, en el mundo real, la «libertad de la necesidad» siempre requiere un esfuerzo, no se nos regala. A corto plazo, quizá pueda asegurarse mediante la redistribución. Pero a medio plazo, eso nunca será una solución. Requiere espíritu empresarial, creatividad, beneficios, la acumulación de capital y el aumento constante de la productividad. Pero, en cierto modo, la frugalidad extrema también conduce a la sensación de «libertad de la necesidad»: la percepción es la realidad. Cuando uno reduce sus necesidades, se libera rápidamente del afán por conseguir más, entonces vuelve ese contento en el que no se desea nada.
En este sentido, el mensaje de la cantata podría verse no tanto como un contrapeso al mundo de la economía, la «creación de valor», sino más bien como un complemento. En su lucha contra la miseria, la economía de mercado empieza por el lado de la oferta; la productividad y la innovación crean riqueza y liberan así a las personas de muchas condiciones naturales de escasez que han prevalecido durante mucho tiempo. El mensaje de la nada de todo lo terrenal, en cambio, empieza por el lado de la demanda: quien quiere poco, quien se contenta con poco, también se libera de la carencia y la necesidad. Y así, como complemento de la vida y no como represión de la misma, tal y como la vive el común de los mortales, probablemente haya un sentido profundo y una ayuda en la vida en el melancólico «Oh, qué fugaz, oh, qué fútil», también y especialmente para nosotros, los del siglo XXI, que amenazamos fácilmente con perder el centro, el ancla, en el ajetreo y la prosperidad.
Literatura
– Angus Maddison, The World Economy, A Millenial Perspective, París 2001
– Bernard Mandeville, La fábula de la abeja o Vicios privados, ventajas públicas, Frankfurt 2006
– Wilhelm Röpke (ed.), Marktwirtschaft ist nicht genug. Colección de ensayos, Leipzig 2009
Este texto ha sido traducido con DeepL (www.deepl.com).