Am Abend aber desselbigen Sabbats
BWV 042 // para Quasimodogeniti
(Al atardecer de aquel mismo sabbat) para soprano, contralto, tenor y bajo, oboe I+II, fagot, cuerda y continuo
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Taller introductorio
Reflexión
Solistas
Soprano
Ulrike Hofbauer
Contralto
Irène Friedli
Tenor
Bernhard Berchtold
Bajo
Markus Volpert
Orquesta
Dirección y cémbalo
Rudolf Lutz
Violín
Renate Steinmann, Anaïs Chen, Sylvia Gmür, Martin Korrodi, Olivia Schenkel, Livia Wiersich
Viola
Susanna Hefti, Martina Bischof
Violoncello
Martin Zeller
Violone
Iris Finkbeiner
Oboe
Luise Baumgartl, Meike Guedenhaupt
Fagot
Susann Landert
Órgano
Norbert Zeilberger
Director musical
Rudolf Lutz
Taller introductorio
Participantes
Karl Graf, Rudolf Lutz
Reflexión
Orador
Dr. Des. Barbara Bleisch
Grabación y edición
Año de grabación
17.04.2009
Ingeniero de sonido
Stefan Ritzenthaler
Dirección de grabación
Meinrad Keel
Gestión de producción
Johannes Widmer
Producción
GALLUS MEDIA AG, Suiza
Productora ejecutiva
Fundación J.S. Bach, St. Gallen (Suiza)
Libretista
Textos n.° 3, 5, 6
Poeta desconocido
Texto n.° 4
Jacobus Fabricius, 1632
Texto n.° 7
Martín Lutero 1528/29
Johann Walter 1566
Primera interpretación
Quasimodogeniti,
8 de abril de 1725
Texto de la obra y comentarios teológico-musicales
1. Sinfonia
2. Rezitativ (Tenor)
Am Abend aber desselbigen Sabbats
da die Jünger versammlet
und die Türen verschlossen waren
aus Furcht für den Jüden,
kam Jesus und trat mitten ein.
3. Arie (Alt)
Wo zwei und drei versammlet sind
in Jesu teurem Namen,
da stellt sich Jesus mitten ein
und spricht darzu das Amen.
Denn was aus Lieb und Not geschicht,
das bricht des Höchsten Ordnung nicht.
4. Choral (Duett Sopran, Tenor)
Verzage nicht, o Häuflein klein,
obgleich die Feinde willens sein,
dich gänzlich zu verstören,
und suchen deinen Untergang,
davon dir wird recht angst und bang,
es wird nicht lange währen.
5. Rezitativ (Bass)
Man kann hiervon ein schön Exempel sehen
an dem, was zu Jerusalem geschehen;
denn da die Jünger sich versammlet hatten
im finstern Schatten,
aus Furcht für denen Jüden,
so trat mein Heiland mitten ein,
zum Zeugnis, dass er seiner Kirche Schutz
will sein.
Drum lasst die Feinde wüten!
6. Arie (Bass)
Jesus ist ein Schild der Seinen,
wenn sie die Verfolgung trifft.
Ihnen muss die Sonne scheinen
mit der güldnen Überschrift:
Jesus ist ein Schild der Seinen,
wenn sie die Verfolgung trifft.
7. Choral
Verleih uns Frieden gnädiglich,
Herr Gott, zu unsern Zeiten;
es ist doch ja kein ander nicht,
der für uns könnte streiten,
denn du, unser Gott, alleine.
Gib unsern Fürsten und aller Obrigkeit
Fried und gut Regiment,
dass wir unter ihnen
ein geruhig und stilles Leben führen mögen
in aller Gottseligkeit und Ehrbarkeit. Amen.
Barbara Bleisch
«Por qué no basta con ser bueno».
O: Cómo la ética individual y la ética social son mutuamente dependientes.
Los filósofos son famosos por su afición a hablar mucho, por el hecho de que cuando les cae la palabra, enseguida se les ocurren tesis y antítesis, lo que puede convertir fácilmente las discusiones en peleas de bolas de nieve argumentativas. En este sentido, yo, como representante del gremio de los filósofos, debería ponerme en marcha de inmediato y llevarle a una conclusión con tesis precisas, cuyo contenido puede ser espeluznante, pero es argumentativamente correcto. El aforista alemán Lichtenberg tenía por desgracia demasiada razón cuando se dice que una vez dijo que la filosofía debe ser una mujer por la única razón de que suele ser inverosímil.
Pero no quiero ser un filósofo que se ajuste a este cliché. Me resulta más cercano perseguir la filosofía como una forma de pensar atenta, que tantea cuidadosamente el camino hacia la verdad y es constantemente consciente de la provisionalidad de sus resultados. Pero, sobre todo, retraso mi discurso porque, cada vez que oigo sonar la música de Bach, me asalta la necesidad interior de llevarme el dedo a los labios y no perturbar en absoluto la reverberación, incluso cuando la última nota se ha desvanecido hace tiempo. Porque en el corazón, en el alma, resuena esta música. No se puede hablar de todo, incluso los filósofos lo saben, y nadie lo ha expresado más bellamente que Wittgenstein, que concluye su «Tractatus» con las palabras: «De lo que no se puede hablar, hay que callar».
Ahora, por supuesto, no he sido designado para sentarme en el banco y permanecer en silencio. Y es de suponer que no has venido aquí para que te impongan un cuarto de hora de silencio, aunque podría entender perfectamente si eso fuera exactamente lo que te apetece y quisieras sentir cómo se desvanecen en tu interior los sonidos de antes. Pero, de todos modos, ya he hecho pedazos este eco, lo he hecho jirones como un montón de papel puro hecho a mano, que ahora yace ante nosotros como un montón confuso en lugar de blanco y bien ordenado. Ahora quisiera seguir mis palabras con orden, para que al final de este discurso tengan ante ustedes un cúmulo de pensamientos sensiblemente ordenados, que los músicos, gracias al arte de Bach, volverán a ensamblar en un edificio sonoro, cuya sublimidad podremos reconocer con un atento silencio.
El interior y el público
La cantata «Am Abend aber desselbigen Sabbats» trata en realidad exactamente de los dos polos que acabo de esbozar: el interno, la existencia individual, por un lado, y el público, la convivencia, por otro. O dicho de otro modo: la cantata tiende un puente entre la ética individual o la reflexión personal sobre el bien, por un lado, y la ética social o la reflexión comunitaria sobre lo que es justo, por otro. Permítanme que intente acercarles un poco más a este arco de tensión en lo que sigue.
En la primera aria, la contralto comienza con esas palabras del Evangelio de Mateo que ya han sido traducidas en innumerables escenarios:
«Donde se juntan dos y tres
en el querido nombre de Jesús,
Jesús está en medio
y dice el Amén a esto».
Así, según el texto, el hecho de estar reunidos en el nombre de Jesús, interactuando unos con otros en su espíritu, hace que Jesús se sitúe en medio de este grupo de personas. Se podría decir que lo divino cobra vida allí donde se hace la voluntad de Dios. Ahora bien, no soy teólogo, sino filósofo, así que no me preocupan las leyes de Dios, sino las de la moral. Traducido a mi manera de pensar, esto significaría: donde las personas actúan con el espíritu de la ética y donde son capaces de interpretar este espíritu correctamente, es donde la ética se manifiesta, es donde ocurre lo moralmente correcto. Cuando las personas se respetan mutuamente, podría decirse que prevalece el espíritu de respeto mutuo o de moralidad. Y tratar al otro con respeto requiere precisamente la reflexión interior sobre las leyes de la moral que llevamos dentro en forma de sentimientos morales como la indignación, el asco, la mala conciencia, pero también la compasión, el afecto y la empatía. Por desgracia, siempre podemos equivocarnos en la interpretación de estos sentimientos: Por ejemplo, a veces no sentimos compasión cuando las personas necesitadas viven a gran distancia de nosotros, aunque estén tan necesitadas de ayuda como las personas de nuestro entorno inmediato. O nos escandaliza un escote demasiado generoso en el vestido de noche de la señora que se sienta a nuestro lado en la sala de conciertos, lo que, sin embargo, no parece indicar una ofensa moral, sino un gusto diferente al nuestro. Con estas excepciones, nuestros sentimientos morales son, sin embargo, muy buenos sismógrafos para las áreas moralmente sensibles a las que deberíamos, al menos, prestar especial atención.
Sin embargo, la ética no puede detenerse en esta reflexión sobre la moral individual, como tampoco puede hacerlo nuestro texto de la cantata. La cuestión de cómo llegamos a un mundo que lleva el sello de aprobación «éticamente correcto» (o al menos «éticamente tan correcto como sea posible», pues no sería un mundo humano si fuera moralmente perfecto), no se agota en el hecho de que los individuos actúen en nombre de la ética. Más bien, requiere la adición de una segunda perspectiva, a la que me refería cuando hablaba de dos polos más arriba: a saber, la perspectiva de la ética social. En ética, no sólo debemos preguntarnos: «¿Cómo debo actuar?», sino también: «¿Cómo debemos vivir juntos? ¿Qué reglas debemos darnos a nosotros mismos?» O, para decirlo más claramente: «¿Qué es una sociedad justa?».
Esta segunda dimensión también tiene eco en la cantata, en la segunda estrofa del coral final:
«Dad a nuestros príncipes y a todas las autoridades
Paz y buen gobierno,
que nosotros entre ellos
para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada
en toda piedad y honorabilidad».
Al vincular este pasaje con la imagen del grupo íntimo que se reúne en el espíritu de Jesús, Bach parece querer decirnos que no basta con dejar que el buen espíritu actúe en las propias acciones y confiar en que Jesús -o el bien- aparezca entonces por sí mismo. Evidentemente, no basta con ser bueno. Además, son necesarias unas condiciones marco justas y una buena gobernanza, que garanticen que todos tengamos las mismas oportunidades de llevar una vida suficientemente buena y de perseguir nuestros objetivos en paz y seguridad. En otras palabras, no podremos llevar una buena vida si todos actuamos con espíritu ético, pero no pensamos al mismo tiempo en las condiciones marco justas, porque no todos los problemas éticos que se nos plantean pueden resolverse con acciones individuales, por muy bien intencionadas que sean. Más bien, nuestra vida en común debe estar regulada por unas pautas y unos límites justos -por el «buen gobierno»– dentro de los cuales podemos configurar nuestra vida como nos parezca.
Dos perspectivas mutuamente dependientes ¿Por qué necesitamos exactamente estos dos polos, la ética individual y la ética social? Hay muchas razones para ello. Permítanme que resuma dos de ellas a continuación:
La primera razón es tan trivial como amargamente seria: si no proveemos una justa distribución de los bienes básicos y la seguridad de los miembros de nuestra sociedad, pronto nos hundiremos de nuevo en el estado de naturaleza de Hobbes y haremos la guerra de todos contra todos. Porque, como dijo Brecht de forma sucinta, «primero está la comida, luego la moral». Sin un «buen regimiento», incluso estando juntos en un pequeño círculo, por muy nobles que sean sus motivos, se conseguirá poco. La justicia social es la base de toda sociedad que funcione, y sólo en una sociedad que funcione la ética puede ocupar su lugar firme. Por supuesto, Aristóteles tenía razón cuando dijo: «Si los ciudadanos son amistosos entre sí, la justicia no es necesaria» («Ética Nicomaquea» VIII.1). De hecho, entonces bastaría con la moral, con que el individuo se esforzara en tratar a los demás con respeto y en dejar aquellos bienes de los que carecen y que nosotros tenemos en abundancia. Sin embargo, la amistad no existe en la tierra, o al menos no existe siempre en todas partes. Por eso necesitamos unas condiciones marco sociales que pongan fin al estado de naturaleza.
Pero necesitamos unas condiciones marco justas y una seguridad social no sólo porque no seamos tan buenos como para que baste con apelar a nuestra conciencia y pedirnos que actuemos de forma virtuosa. En segundo lugar, también lo necesitamos porque las leyes correspondientes actúan como una división moral del trabajo. Y compartir el trabajo suele tener tres ventajas: En primer lugar, es eficiente porque cada uno puede hacer la parte que mejor sabe hacer; en segundo lugar, es justo porque la división institucional del trabajo garantiza que todo el mundo tiene que colaborar y no sólo unos pocos héroes morales; y en tercer lugar, es un alivio para el individuo porque puede delegar parte de su responsabilidad en las instituciones adecuadas. Imagina que no viviéramos en un Estado del bienestar, no habría asistencia social, ni derecho a la escolarización y al seguro de enfermedad, ni seguro de desempleo. Es de suponer que si usted supiera que sus vecinos no tienen dinero para enviar a sus hijos a la escuela, difícilmente podría dormir tranquilo -y mucho menos disfrutar de una comida en un restaurante con amigos- si se enterara de que esos niños están muriendo de enfermedades fácilmente tratables porque sus padres carecen de dinero para ir al médico. Como mínimo, tendrías que someter tu sensibilidad moral a una «cura de embotamiento» para poder vivir tu vida como lo haces ahora, y como lo puedes hacer ahora con la mejor conciencia, porque eres consciente de que puedes delegar una gran parte de la atención moral hacia arriba, es decir, hacia el Estado, mientras se te permite centrarte en tu área inmediata. Exactamente lo mismo en la cantata: En el círculo pequeño, Dios cobra vida únicamente por la fe de los presentes, por estar juntos en su nombre, mientras que en el círculo grande, el buen gobierno debe garantizar la paz y el orden y una buena vida para todos.
Pero si he cantado tales alabanzas a la división moral del trabajo organizada y a su supervisión, ¿no implica esto al mismo tiempo que ya no necesitamos preocuparnos en absoluto por nuestra responsabilidad individual? ¿No basta con que todos nos comportemos según la ley y paguemos nuestros impuestos? Ciertamente, es moralmente honorable que unos y otros vayan más allá por el bien común o el medio ambiente, pero ¿es eso realmente lo que se nos exige? Al fin y al cabo, hay personas empleadas para recoger los periódicos gratuitos y las botellas de bebida vacías en el tren, para llevar a los ancianos a dar un paseo en la residencia de ancianos o para empujar los carros de la compra desde el aparcamiento hasta el Migros, así que ¿por qué no voy a dejar mi basura y mi carro de la compra tirados o parados? ¿Y por qué debería preocuparme por los viejos que no conozco? Podría tranquilizar mi conciencia diciendo que, de todas formas, los problemas graves se resuelven institucionalmente en nuestra sociedad. El estado paternal está ahí para ayudar cuando hay un problema de convivencia ordenada; aparentemente podemos trasladar nuestro compromiso personal de la calle a la comodidad de nuestra propia casa o piso de alquiler. Y si no hay prohibición, una violación de la norma moral probablemente no será tan grave, ¿verdad?
Por supuesto, no es tan sencillo. Por el contrario, estoy firmemente convencido de que no podemos prescindir de la responsabilidad personal, al igual que no podemos prescindir de las instituciones justas que regulan nuestra convivencia.
Sobre el valor de la responsabilidad personal
Para ilustrar lo que digo, permítanme tomar un ejemplo actual que está calentando muchas mentes en este momento, a saber, la basura, el dejarla tirada en la vía pública. Muchos consideran un problema moral (o incluso un escándalo) el hecho de que la gente se limite a dejar la basura tirada cuando sale de un lugar público. La basura desfigura el entorno (lo cual es más un problema estético que moral), pero también afecta a los demás, porque no es muy agradable extender tu manta de picnic en medio de montañas de basura y arriesgarte a cortarte con los cristales rotos. Ahora bien, las sanciones de la moral -desprecio, rencor, insultos a la llamada juventud de hoy- parecen tener poco efecto contra las montañas de basura, aparte de que no es muy edificante escuchar esas mismas reacciones o sentirlas surgir dentro de uno mismo. Por este motivo, en varias ciudades suizas se están estudiando o se han tomado ya medidas legales en forma de multas para los llamados «litterers». En este sentido, cada vez reconocemos más los errores morales con sanciones legales y nos obligamos, mediante las leyes correspondientes, a cumplir unas normas cuya normatividad aparentemente ya no parece funcionar sin la amenaza del castigo. Quienes viven en Zúrich están familiarizados con los iconos de los tranvías, que han suscitado mucha diversión, pero también críticas: Bajo amenaza de castigo, hay tableros de prohibición que muestran figuras de palo serrando asientos, enjabonando a la persona que se sienta a su lado y cosas por el estilo. Si esta acción debió servir para divertir a los pasajeros, no lo sé; pero en mi opinión refleja sobre todo un trozo de zeitgeist, que se supone que las normas arreglan lo que los ciudadanos ya no parecen poder hacer por sí mismos.
Sin embargo, no todo el mundo está entusiasmado con la idea de regular por ley lo que en realidad tendría que ver con las buenas costumbres y carece de respeto por el medio ambiente y los seres humanos. Y creo que el escepticismo es, en efecto, necesario en este punto. En algunos casos puede ser acertado recurrir a las sanciones legales para evitar comportamientos indeseables, por ejemplo, cuando se ven amenazados bienes vitales, como en el caso de la hierba en las carreteras, que ha sido sancionada cada vez más por la ley a lo largo de los años. Pero delegar todo en la ley y el Estado me parece fundamentalmente erróneo. Porque, por un lado, corremos el riesgo de socavar la libertad de nuestros ciudadanos, un bien que una sociedad liberal no puede infravalorar. Por ejemplo, dificultar cada vez más la elección de los fumadores, aunque no obliguen a nadie a fumar de forma pasiva, es una intromisión en la libertad de las personas para la que no creo que haya motivos suficientes.
Por otro lado, si todo se regula con la ayuda de la ley, se nos priva de la posibilidad de actuar bajo nuestra propia responsabilidad. Sin embargo, la responsabilidad personal se ha escrito y se escribe con letras mayúsculas en nuestra sociedad, y creo que es algo positivo. Porque la responsabilidad personal nos convierte en ciudadanos valiosos y nos toma en serio como individuos maduros, aunque a veces no apreciemos nuestra madurez. Immanuel Kant ya sabía que a veces es más cómodo prescindir de la propia madurez. Cito: «Si tengo un libro que tiene entendimiento para mí, un pastor que tiene conciencia para mí, un médico que juzga la dieta para mí, etc., no necesito preocuparme». (Respondiendo a la pregunta: ¿qué es la ilustración? 1784.) Pero hacer lo correcto porque la ley lo quiere es a veces simplemente un motivo equivocado. Si un día nuestros hijos dejan de tirar la basura al suelo porque si no les multan, me parece que se ha perdido algo esencial: el respeto a los demás, y a la naturaleza. Sólo por este respeto, la basura debe depositarse en el cubo de la basura y no en el césped o en la acera, no porque de otro modo exista una amenaza de castigo.
Tenemos que esperar un «buen regimiento» y trabajar juntos en él, pero esta esperanza y este trabajo no son suficientes. Además, hace falta que todos queramos y nos esforcemos por ser activos en el espíritu de la ética y practicar una interacción respetuosa entre nosotros y con nuestro entorno.
Al mismo tiempo, tampoco basta con que cada uno se esfuerce por ser bueno para sí mismo solo o en el círculo de sus seres queridos. Porque hoy vivimos en una época de gran interdependencia. En la época actual, nadie puede tener en cuenta su interconexión global por sí solo. Por el contrario, tenemos que trabajar en instituciones justas, en la ética social, para dar forma a la sociedad mundial -o más patéticamente: a la humanidad- de manera justa y aliviar a todos y cada uno de los individuos de la carga de un gran sufrimiento o de ser testigos de él.
Este texto ha sido traducido con DeepL (www.deepl.com).