Alles nur nach Gottes Willen
BWV 072 // para el tercer domingo después de la Epifanía
(Todo sea según la voluntad de Dios) para soprano, contralto y bajo, conjunto vocal, oboe I+II, cuerda y bajo continuo
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Taller introductorio
Reflexión
Coro
Soprano
Simone Schwark, Susanne Seitter, Noëmi Tran-Rediger, Alexa Vogel, Anna Walker, Mirjam Wernli
Contralto
Roland Faust, Francisca Näf, Lea Pfister-Scherer, Lisa Weiss, Sarah Widmer
Tenor
Clemens Flämig, Zacharie Fogal, Tobias Mäthger, Klemens Mölkner
Bajo
Fabrice Hayoz, Grégoire May, Simón Millán, Philippe Rayot, Tobias Wicky
Orquesta
Dirección
Rudolf Lutz
Violín
Eva Borhi, Lenka Torgersen, Peter Barczi, Christine Baumann, Petra Melicharek, Dorothee Mühleisen, Ildiko Sajgo
Viola
Martina Bischof, Matthias Jäggi, Sarah Mühlethaler
Violoncello
Maya Amrein, Daniel Rosin
Violone
Markus Bernhard
Oboe
Andreas Helm, Ingo Müller
Fagot
Gilat Rotkop
Cémbalo
Jörg-Andreas Bötticher
Órgano
Nicola Cumer
Director musical
Rudolf Lutz
Taller introductorio
Participantes
Rudolf Lutz, Pfr. Niklaus Peter
Reflexión
Orador
Roman Bucheli
Grabación y edición
Año de grabación
14/02/2020
Lugar de grabación
Trogen AR (Schweiz) // Evangelische Kirche
Ingeniero de sonido
Stefan Ritzenthaler
Productor
Meinrad Keel
Productor ejecutivo
Johannes Widmer
Productor
GALLUS MEDIA AG, Schweiz
Producción
J.S. Bach-Stiftung, St. Gallen, Schweiz
Libretista
Primera interpretación
27 de enero de 1726, Leipzig
Texto
Salomo Franck (movimientos 1 – 5),
Duque Albrecht de Prusia (movimiento 6)
Texto de la obra y comentarios teológico-musicales
1. Chor
Alles nur nach Gottes Willen,
so bei Lust als Traurigkeit,
so bei gut als böser Zeit.
Gottes Wille soll mich stillen
bei Gewölk und Sonnenschein.
Alles nur nach Gottes Willen,
dies soll meine Losung sein.
2. Rezitativ / Arioso — Alt
O selger Christ,
der allzeit seinen Willen
in Gottes Willen senkt,
es gehe, wie es gehe,
bei Wohl und Wehe!
Herr, so du willt, so muß sich alles fügen!
Herr, so du willt, so kannst du mich vergnügen!
Herr, so du willt, verschwindet meine Pein!
Herr, so du willt, werd ich gesund und rein!
Herr, so du willt, wird Traurigkeit zur Freude!
Herr, so du willt, find ich auf Dornen Weide!
Herr, so du willt, werd ich einst selig sein!
Herr, so du willt, laß mich dies Wort im Glauben fassen
und meine Seele stillen!
Herr, so du willt, so sterb ich nicht,
ob Leib und Leben mich verlassen,
wenn mir dein Geist dies Wort ins Herze spricht!
3. Arie — Alt
Mit allem, was ich hab und bin,
will ich mich Jesu lassen,
kann gleich mein schwacher Geist und Sinn
des Höchsten Rat nicht fassen.
Er führe mich nur immerhin
auf Dorn und Rosenstraßen.
4. Rezitativ — Bass
So glaube nun!
Dein Heiland saget: Ich wills tun!
Er pflegt die Gnadenhand
noch willigst auszustrecken,
wenn Kreuz und Leiden dich erschrecken.
Er kennet deine Not, und löst dein Kreuzesband!
Er stärkt, was schwach,
und will das niedre Dach
der armen Herzen nicht verschmähen,
darunter gnädig einzugehen.
5. Arie — Sopran
Mein Jesus will es tun, er will dein Kreuz versüßen.
Obgleich dein Herze liegt in viel Bekümmernissen,
soll es doch sanft und still in seinen Armen ruhn,
wenn es der Glaube faßt; mein Jesus will es tun.
6. Choral
Was mein Gott will, das g’scheh allzeit,
sein Will, der ist der beste,
zu helfen den’ er ist bereit,
die an ihn glauben feste.
Er hilft aus Not, der fromme Gott,
und züchtiget mit Maßen.
Wer Gott vertraut, fest auf ihn baut,
den will er nicht verlassen.
La mano invisible de Dios
Roman Bucheli
Todo sólo según la voluntad de Dios. ¿En qué estaba pensando Bach cuando escribió la música de este primer verso de la cantata? Tal vez, señoras y señores, se encuentren como yo y se sorprendan pensando: «Escucho el mensaje, pero ¿sé lo que significa: todo sólo según la voluntad de Dios? O preguntado de forma diferente y herética: ¿sabía Bach lo que se quería decir, lo sabía la gente en la época de Bach?
Permítanme que me explaye un poco. Y no te alarmes si ahora voy muy lejos. Empezaré con la mano de Dios. ¿Crees que no está tan lejos de nuestro camino? Echa un vistazo por ti mismo.
Si hubiera habido pruebas de vídeo en el Mundial de México de 1986, el legendario gol que marcó Diego Maradona con la mano nunca habría sido reconocido, Argentina podría no haber ganado contra Inglaterra, el equipo no habría llegado a la final y Maradona no se habría convertido en campeón del mundo. Y créanme, nada de eso debería preocuparnos. Pero si el árbitro no hubiera caído en la trampa del pícaro genio del fútbol, hoy nos faltaría una frase con la que Maradona escribió la historia de las ideas. Añadió su más bello epílogo a la metafísica. Al ser preguntado después del partido, Maradona no quiso negar del todo que hubiera hecho trampas, sino como mucho un poco. A las preguntas inquisitoriales sobre si fue realmente su cabeza o más bien su mano la que había guiado el balón hacia la portería, respondió con esta grandiosa frase: «Fue un poco de la cabeza de Maradona y un poco de la mano de Dios». (O en el original: «Un poco con la cabeza de Maradona y otro poco con la mano de Dios»). En otras palabras, fue una cooperación del genio humano y la fabricación divina. No fue su descaro lo que convirtió la respuesta de Maradona en un bon mot para los libros de historia. Más bien, el remate está en la inversión fundamental de la relación entre Dios y el hombre. Hasta entonces, el hombre había sido considerado un instrumento de Dios, pero aquí es justo al revés. La mano de Dios acude al rescate donde la cabeza de Maradona quiere, porque él mismo ya no puede alcanzarla. Dios asiste al genio del hombre con una limosna: esta es la división del trabajo en el mundo secularizado. ¿Quién, por Dios, sigue hablando de la voluntad de Dios? Lo único que cuenta es lo que quiere la cabeza, el genio o -en su forma emblemáticamente moderna- el yo escrito en mayúsculas.
Entonces, ¿qué pensaba Bach cuando escribió la cantata, y qué pensaba la gente cuando escuchó la cantata Alles nur nach Gottes Willen en Leipzig el tercer domingo después de la Epifanía en enero de 1726?
Si quisiéramos ser maliciosos, podríamos conjeturar que la gente de aquella época había reconocido la voluntad de Dios en todo lo que ocurría y, por tanto, su perdición, porque era inmutable. Esto incluye el hecho de que, en 1726, el joven Luis XV, de 16 años de edad, asumió su reinado en Francia y a partir de entonces ejercería un gobierno absolutista durante muchas décadas. Otro hecho irrefutable es que ese mismo año el duque Augusto I, conocido como el Fuerte (¡si es que no es una I con mayúsculas!), llevaba más de treinta años en el trono y, con todo el esplendor barroco que podía reunir, se escenificó como príncipe y gobernante de Sajonia (y por tanto también de Leipzig) a la manera del Rey Sol francés. Como carecía de iguales signos de poder, se mantenía inofensivo con todos los títulos más pomposos de la nobleza, que además le situaban en la inmediata cercanía de Dios. Decía algo así (y habría hecho reír a la gente incluso entonces si esa risa no les hubiera costado fácilmente la cabeza): «Por la Gracia de Dios Rey en Polonia, Gran Príncipe en Lituania, Rusia, Prusia, Masovia, Samogitia, Kyovia, Volhynia, Podolia, Podlachia, Lieffland, Duque Hereditario de Sajonia, Jülich, Cleve, Berg, Engern y Westfalia, Archimandatario y Elector del Sacro Imperio Romano Germánico, Landgrave en Turingia, Margrave de Meissen, también de la Alta y Baja Lusacia, Burgrave de Magdeburgo, etc. pp».
¿Acaso el pueblo reconoció la voluntad de Dios precisamente en el hecho de que tuvo la gracia de convertirlo en súbdito de un regente teatral que, con fastuosa exuberancia, le hizo pasar muchas penurias? Pues la expansión del absolutismo en Sajonia fue acompañada de un empobrecimiento de las clases bajas. En Leipzig, la consecuencia fue que los barrios de chabolas se extendieron frente a la ciudad. ¿De qué otra manera, si no es por los dudosos beneficios de su príncipe, el pueblo habría conocido la voluntad de Dios?
Pero vamos, «Donde hay peligro, / lo que salva también crece». Cuando la cantata de Bach sonaba en Leipzig e instaba a los fieles a entregarse al destino, quizá no a ciegas, pero sí llenos de confianza en Dios, un tal Immanuel Kant celebraba pronto su segundo cumpleaños en Königsberg. Tendrían que pasar algo menos de sesenta años para que aparecieran sus Grundlegung zur Metaphysik der Sitten en 1785.
El ego como sujeto autónomo que conoce y se atreve a utilizar su intelecto no fue ciertamente una invención de Kant. Encontró su expresión artística en el Clave bien temperado de Bach, donde el orden racional prevalece sobre el orden natural. Sin embargo, nadie escribió con mayor seriedad y en frases igualmente agudas y a veces casi incomprensibles a sus contemporáneos que hay que poner fin a la inmadurez autoinfligida. Kant logró la hazaña de no limitarse a afirmar que el hombre tiene libre albedrío, sino que fue más allá al explicar que el libre albedrío es precisamente como tal una prueba de la moralidad. El libre albedrío y la voluntad bajo las leyes morales son una misma cosa.
Pero ahora podríamos volver a preguntar con cierta malicia: si ya era difícil que los hombres reconocieran la voluntad de Dios como tal, ¿cómo se supone que iban a saber dónde terminaba la instintividad y, por tanto, la inmoralidad, y dónde empezaba el libre albedrío y, por tanto, la moralidad? En cualquier caso, el difícil don de esta libertad parecía arrojar a los hombres a un desamparo que quizá llevaban aún peor que la esclavitud de la servidumbre. Así que podría ser una desagradable broma histórica cuando, a finales de 1804, el mismo año en que murió Kant, la monarquía francesa hacía tiempo que había sido barrida, pero ahora Napoleón se coronaba emperador de los franceses en la catedral de Notre-Dame de París con sus propias manos y no por la gracia de Dios, aunque en presencia del Papa. Se tomó la libertad de privar a sus súbditos de su libertad. La historia se repetía como una farsa, pero el sujeto ilustrado y autoliberado sufría su más amargo insulto.
Por supuesto, es en este punto de inflexión histórica donde las cosas se vuelven realmente interesantes. Porque entre el cielo desencantado y el precariado tambaleante de la libertad recién conquistada, se ha abierto una brecha para un tercero. Lo que Freud, a principios del siglo XX, revistió de un sottise medio revanchista, medio triunfante, de que el ego no es ni siquiera dueño de su propia casa, hace tiempo que forma parte del acervo de experiencias de los poetas. En septiembre de 1806, cuando Friedrich Hölderlin fue llevado al hospital psiquiátrico de Tubinga en contra de su voluntad -sí, eso también existe junto al libre albedrío o junto a la voluntad de Dios- y retenido allí durante 230 días, fue puesto posteriormente al cuidado del carpintero de Tubinga Erich Zimmer y pasó los últimos 36 años, y por tanto prácticamente la segunda mitad de su vida, en la habitación de la torre de ese lugar. Si los visitantes le pedían ocasionalmente poemas, los firmaba con Scardanelli, Buonarotti u otros nombres. El mensaje era tan confuso como básicamente claro: donde escribe Hölderlin, siempre escribe también otro. Ahora bien, usted objetará con razón que el pobre Hölderlin no estaba del todo en sus cabales en ese momento. Puede ser. Pero la brecha entre el Dios ausente y el ego debilitado nunca fue más sorprendente. Independientemente de todo lo patológico, manifestaba la condición de vida del ego iluminado, que ahora siempre tenía que considerar su vulnerabilidad y necesidad. Esto se aplica aún más a la existencia artística, que sólo se encuentra donde puede aprovechar otras fuentes más silenciosas más allá de los poderes del intelecto.
Para penetrar en esas esferas, el joven Arthur Rimbaud recomendaba en sus Lettres du voyant de 1871 que se dejara vagar libremente a todos los sentidos. Si querías convertirte en un verdadero poeta, tenías que ser capaz de decir: «Me piensa». Pero a Rimbaud eso le sonaba demasiado a chiste cursi. Intentó expresarlo con más precisión y sólo ahora llegó a la simple formulación: «Yo es otro». ¡Libre albedrío, una mierda! Siempre hay alguien que escribe.
¿Cómo fue con Maradona y cómo fue con Bach? Volvamos a la cuestión planteada al principio, si Bach entendió lo mismo que su público cuando puso música al verso Todo según la voluntad de Dios. Podemos estar razonablemente seguros de que los oyentes entendieron el texto de la cantata en el sentido teológico vernáculo. ¿Pero qué pasa con Bach? ¿En qué pensaba cuando puso las notas a los versos «O selger Christ, der allzeit seinen Willen / In Gottes Wille senken»? ¿Sabía Bach lo que estaba haciendo? ¿También él, como compositor, rebajó su voluntad «en todo momento» a la voluntad de Dios? Intuitivamente, afirmaríamos: insistió en la obstinación, el libre albedrío, aunque no lo hubiera llamado así, lo que sentía interiormente. Pero, ¿sigue siendo otra persona la que escribe cuando compone? Bach no habría dicho: «Yo es otro». Pero si Bach se tomaba su texto de cantata aunque fuera medianamente en serio, debía estar convencido en su fuero interno de que en sus composiciones intervenía otro, que quizá no se llamaba Scardanelli y tampoco Buonarotti. ¿Le habría llamado Dios? Quién sabe. «Señor, si quieres…»: No menos de nueve veces el texto de la cantata repite esta fórmula. ¿No suena eso como el suspiro de desesperación del compositor, mirando al cielo y esperando la inspiración?
Pero ¿se puede imaginar a Bach deteniéndose, incluso dudando, tirándose de los pelos, arrugando hojas de papel y tirándolas a la papelera? La verdad es que no. Sólo hay que ver sus resultados. La sencilla belleza de su notación nunca flaquea. Sin inmutarse, la mano escribe lo que la cabeza quizá sólo empieza a oír con el tipo de letra. ¿Lo sabemos? ¿Te suena esto? ¿Conocemos esta cabeza que está precedida por la mano? ¿Conocemos a la cabeza que sabe cómo debe golpear el balón, pero que no vuela lo suficientemente rápido como para cruzar la línea de vuelo con exactitud?
¿No podría Bach haber respondido a las preguntas de los inquisidores sobre el arte aparentemente mágico de sus obras: «Un poco con la cabeza de Bach y otro poco con la mano de Dios»? No, no lo habría dicho, porque no sabía español. Pero tampoco lo habría dicho en alemán, porque le habría parecido una blasfemia. Pero habría sabido lo que su amigo, porque seguramente este poeta del fútbol habría sido su amigo, habría sabido lo que Maradona quería decir: sin la mano de Dios toda la poesía queda, sin la mano de Dios incluso el fútbol queda inacabado.
Y Bach también habría sabido de qué estamos hablando. En la Biblia de su casa hay esta anotación de su mano: «Bey einer andächtig Musig ist immer Gott mit seiner Gnaden Gegenwart». Maradona no lo habría dicho de otra manera en lo que respecta al fútbol. Ya sea el arte musical o el arte de la pelota, Dios siempre está presente en él.
Independientemente de que Bach lo llame gracia de Dios, de que Maradona lo llame mano de Dios o de que hoy lo llamemos de otra manera: el arte necesita al otro, necesita a su Scardanelli, necesita siempre la voz completamente diferente de lo oculto, que no es la del yo en mayúsculas, para encontrar el kairós del éxito feliz y avanzar hacia lo imprevisible.
Este texto ha sido traducido con DeepL (www.deepl.com).